Pioneros de la tierra

Dos de los protagonistas del libro «Huellas del campo y la mar» son el plantador de arándanos Juan Carlos García Rubio y su «vecino» José Madiedo Victorero, propietario de viveros de frutales entre los que destacan los manzanos de sidra. Los dos son de Villaviciosa y han crecido con la mirada puesta en las pomaradas. Madiedo nació entre ellas, en la Estación Pomológica, donde trabajaba su padre y donde se crió en compañía de las plantas. En sus cinco hectáreas de vivero hay manzano de sidra, que supone el 80 por ciento de la producción. También cultiva perales, ciruelos, cerezos, nogales, castaños, higueras y plantas ornamentales. Sus juguetes fueron el tractor y los viveros. A los 14 años ya sabía injertar, con su padre, Pepe, como maestro. Cuando decidió su futuro profesional lo tuvo claro: montaría un vivero. La decisión no le ha pesado. Una de sus fincas se ubica en La Ribera, a orillas del río Valdediós, con 30.000 plantas de manzano clonal. Cuenta con variedades de todo tipo. Desde la tresali y la blanquita hasta la raxao, xuanina o la riega. Los pomares de La Ribera darán las primeras manzanas dentro de dos años. Están estructurados en forma de poda en eje vertical. Madiedo, que forma parte de la Asociación de Cosecheros de Manzana de Sidra, Acomasi, asegura que la profesionalidad resulta fundamental a la hora de lograr buenas manzanas y acabar con la vecería que atenaza a los lagareros año sí y año no. Juan Carlos García Rubio introdujo los cultivos de arándanos en la parroquia de Fuentes (Villaviciosa) en 1989. En aquella época, cuando los yogures de frutas del bosque y otras delicias apenas habían desembarcado en España, hablar de arándanos sonaba a chino. A él no le importó y decidió invertir más de un millón de pesetas en la plantación que ahora enseña con orgullo. En 2006 recolectó 17.000 kilos de arándanos, una cantidad que apenas podía imaginar en los comienzos, cuando los vecinos se asomaban para preguntar qué era aquello que crecía en la finca. García Rubio se formó profesionalmente en el departamento de fruticultura del Serida, con Manuel Coque al frente. A finales de los ochenta se buscaban fincas para llevar a cabo experimentos con nuevos cultivos. No corto ni perezoso él ofreció una de las suyas. A la hora de definir el sabor del arándano asegura que se trata de una fruta suave, dulce y crujiente. Los suyos también saben a Asturias.

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