Un 41,45 por ciento de las plantaciones inscritas son jóvenes, es decir, todavía no han comenzado a producir. Por eso se prevé un aumento de la productividad de las plantaciones inscritas en el Consejo, de tal modo que en cuatro años se doble la producción actual. Con los datos sobre la mesa, la única solución para no desaprovechar la fruta es que los lagares aumenten su producción con marca de calidad. Capacidad tienen de sobra. Distinto es que haya suficientes mercados abiertos para venderla. Desde el principio la Denominación de la sidra asturiana se ha decantado de una forma clara por salir fuera del Principado, e incluso, traspasar las fronteras de España. Frente a esa aspiración contrasta las escasas iniciativas que se llevan a cabo para dar a conocer la bebida en otros lugares. La pelota está en el tejado de los lagareros. Ellos piden más apoyos. Pertenecer a la Denominación de Origen tiene un coste. A partir de este año los elaboradores deben pagar un canon, tanto si ponen sidra en el mercado como si renuncian a ello. A medida que pasan los años disminuye el flujo de ayudas que recibe el Consejo Regulador, con sede en Villaviciosa. En la entidad confían en que la ratificación definitiva de la marca rompa el escepticismo que aún se mantiene en algunos sectores. La Denominación de Origen se afianza en un momento de sucesión generacional, incorporación tecnológica y necesidad de ampliar el mercado exterior. La etiqueta del Consejo Regulador pueden llevarla todas las sidras que lo soliciten y pasen los controles, bien sean tradicionales o de nueva expresión. El Consejo garantiza una calidad mínima en el proceso que va del árbol al embotellado. El Consejo inspecciona las parcelas y verifican el cumpliendo de la normativa. También controlan la recogida de manzanas y su entrega en la bodega, e inspeccionan el proceso de elaboración. Por último, llevan un exhaustivo control en el laboratorio.